La necesidad del boicot cultural a Israel

Illan Pape==es==

Son días de buenas noticias para las personas y organizaciones que trabajamos el boicot a Israel como herramienta de solidardad con Palestina. Como comprobamos hace unas semanas con el caso de la trasnacional Veolia (ex-constructora del tranvía del apartheid, que uniría las colonias sionistas con la Jerusalem  sionista) la presión social puede hacer perder contratos y la perdida de contratos lleva a una trasnacional a 'replantear' sus prioridades. En el siguiente artículo Ilan Pappe, historiador israelí exilado en Reino Unido y director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter explica como ha evolucionado la solidaridad con Palestina y el boicot en el Reino Unido.

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Son días de buenas noticias para las personas y organizaciones que trabajamos el boicot a Israel como herramienta de solidardad con Palestina. Como comprobamos hace unas semanas con el caso de la trasnacional Veolia (ex-constructora del tranvía del apartheid, que uniría las colonias sionistas con la Jerusalem  sionista) la presión social puede hacer perder contratos y la perdida de contratos lleva a una trasnacional a 'replantear' sus prioridades. En el siguiente artículo Ilan Pappe, historiador israelí exilado en Reino Unido y director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter explica como ha evolucionado la solidaridad con Palestina y el boicot en el Reino Unido.

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Son días de buenas noticias para las personas y organizaciones que trabajamos el boicot a Israel como herramienta de solidardad con Palestina. Como comprobamos hace unas semanas con el caso de la trasnacional Veolia (ex-constructora del tranvía del apartheid, que uniría las colonias sionistas con la Jerusalem  sionista) la presión social puede hacer perder contratos y la perdida de contratos lleva a una trasnacional a 'replantear' sus prioridades. En el siguiente artículo Ilan Pappe, historiador israelí exilado en Reino Unido y director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter explica como ha evolucionado la solidaridad con Palestina y el boicot en el Reino Unido.

==en==

The necessity of cultural boycott

Ilan Pappe, The Electronic Intifada, 23 June 2009

The international movement to boycott Israel has gained irrepressible momentum in the UK. Recently Veolia company has left the Apartheid train in Jerusalem, because of the popular pression against them in several countries now you can read the evolution in the UK.

==fr==

The necessity of cultural boycott

Ilan Pappe, The Electronic Intifada, 23 June 2009

The international movement to boycott Israel has gained irrepressible momentum in the UK. Recently Veolia company has left the Apartheid train in Jerusalem, because of the popular pression against them in several countries now you can read the evolution in the UK.

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La necesidad del boicot cultural a Israel
Ilan Pappe, The Electronic Intifada,


Si hay algo nuevo en la interminable historia de Palestina es el claro cambio que se han producido en la opinión pública en el Reino Unido. Recuerdo que vine a estas islas en 1980, cuando el apoyo a la causa palestina estaba confinado al izquierda y, dentro de ella, a una sección y a una corriente ideológica muy particular. El trauma post-Holocausto y el complejo de culpabilidad, los intereses económicos y militares, y la farsa de Israel como la única democracia en Oriente Medio contribuyó todo ello a proporcionar inmunidad al Estado de Israel. Muy pocas personas cambiaron de idea, según parece, ante un Estado que había desposeído a la mitad de la población palestina originaria, demolido la mitad de sus ciudades y pueblos, discriminado a la minoría de esta población originaria  que vivía dentro de los límites de sus fronteras por medio de un sistema de apartheid y dividido en enclaves a dos millones y medio de ellos en una dura y opresiva ocupación militar.

Casi 30 años después parece que se han eliminado todos estos filtros y cataratas en los ojos.  La  magnitud de la limpieza étnica de 1948 es bien conocida, se deja constancia del sufrimiento de los palestinos en los territorios ocupados e incluso el presidente de Estados Unidos lo describe como insoportable e inhumano. De forma similar, se observa diariamente la destrucción y despoblación de la zona del gran Jerusalén y se reprende y condena frecuentemente la naturaleza racista de las políticas respecto a los palestinos en Israel.

Naciones Unidas describe la realidad de hoy, en 2009, como una “catástrofe humana”. Los sectores  conscientes y concienciados de la sociedad británica saben muy bien quién causa y quién produce esta catástrofe. Ya no se relaciona con circunstancias ambiguas o con el “conflicto”, sino que es claramente  considera el resultado de las políticas israelíes a los largo de los años. Cuando se le preguntó al Arzobispo Desmond Tutu qué reacción había tenido cuando visitó los territorios ocupados, señaló con tristeza que era peor que la de la del apartheid. Sabía de qué hablaba.

Como en el caso de Sudáfrica, estas personas decentes, ya sea individualmente o como miembros de organizaciones, expresan su indignación ante la opresión, colonización, limpieza étnica y hambruna continuas en Palestina. Buscan maneras de demostrar su protesta y algunos incluso esperan convencer a su gobierno de que cambie su vieja política de indiferencia e inacción ante la continua destrucción de Palestina y de los y las palestinas. Muchos de ellos son judíos, ya que muchas de estas atrocidades se han hecho en su nombre de acuerdo con la lógica de la ideología sionista, y unos pocos de ellos son veteranos de luchas civiles anteriores en su país por causas similares a lo largo y ancho de este mundo. Ya no están confinados a un partido político y provienen de todos los ámbitos de la vida.

Por el momento, el gobierno británico no ha cambiado. También fue pasivo cuando el movimiento anti-apartheid en este país le pidió que impusiera sanciones a Sudáfrica. Fueron necesarias varias décadas para que este activismo desde abajo llegara al más alto nivel político. En el caso de Palestina cuesta más tiempo: la culpa por el Holocausto, los relatos históricos y las distorsiones contemporáneas de Israel como una democracia que busca la paz y de los palestinos como los eternos terroristas islámicos bloquearon el flujo del impulso popular. Pero está empezando a encontrar su lugar y su presencia, a pesar de la acusación hecha a toda demanda de este tipo de ser anti-semítica y a pesar de la demonización del Islam y de los árabes. El tercer sector, este vínculo importante entre los civiles y las agencias gubernamentales, nos ha mostrado el camino: un sindicato tras otro, un grupo profesional tras otro han enviado todos ellos recientemente un mensaje claro: ya está bien. Se ha hecho en nombre de la decencia, de la moralidad humana y del compromiso civil básico de no permanecer de brazos cruzados ante las atrocidades del tipo de las que Israel ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo palestino.

En los últimos ocho años la política criminal israelí se intensificó y los activistas palestinos buscaban nuevas maneras de hacerle frente. Las probaron todas, la lucha armada, la guerra de guerrilla, el terrorismo y la diplomacia: no funcionó ninguna. Y, sin embargo, no se rinden y ahora proponen una estrategia no violenta, la del boicot, desinversión y sanciones. Con estos medios quieren persuadir a los gobiernos occidentales de salvar de una catástrofe y de un baño de sangre inminentes no sólo a ellos sino, irónicamente, también a los judíos en Israel. Esta estrategia generó el llamamiento al boicot cultural a Israel. Cualquier ámbito de la existencia palestina expresa esta petición: la sociedad civil bajo la ocupación y los palestinos bajo Israel. La apoyan los refugiados palestinos y la encabezan miembros de las comunidades de los palestinos en el exilio. Llega en el momento preciso y ofrece a individuos y organizaciones en el Reino Unido una manera de expresar su indignación ante las políticas israelíes y, al mismo tiempo, una vía de participación en la presión global al gobierno para que cambie su política de proporcionar inmunidad a la impunidad.

Es desconcertante que, por el momento, este cambio en la opinión pública no haya tenido impacto en la política, pero de nuevo tenemos que recordar los tortuosos caminos que tuvo que recorrer la campaña contra el apartheid [sudafricano] antes de convertirse en política. También merece la pena recordar que dos valientes mujeres de Dublín, que tenían el duro trabajo de cajeras de supermercado, fueron las únicas que se negaron a vender productos sudafricanos. Veintinueve años después, los británicos se unieron a los demás en la imposición de sanciones a Sudáfrica. Así, mientras los gobiernos dudan por razones cínicas, por temor a ser acusados de anti-semitismo o quizá debido a inhibiciones islamofóbicas, los ciudadanos y los activistas hace cuanto está en su mano, simbólica y físicamente, para informar, protestar y denunciar. Tienen una campaña más organizada, la del boicot cultural, o pueden unirse a sus sindicatos en la política coordinada de presión. También puede utilizar su nombre o su prestigio para indicarnos a todos nosotros que las personas decentes de este mundo no pueden apoyar lo que hace y significa Israel. No saben si su acción producirá un cambio inmediato ni si tendrán la suerte de ver el cambio en el lapso de sus vidas. Pero en su propio libro personal de quiénes son y de qué hicieron en sus vidas, y ante el severo ojo de la valoración histórica se les incluirá junto con todos aquellos que no permanecieron indiferentes cuando la inhumanidad bramaba disfrazada de democracia en sus propios países o en cualquier otro lugar.

Por otra parte, los ciudadanos de este país, especialmente los famosos, que continúan difundiendo, con bastante frecuencia por ignorancia o por razones bastante más siniestras, la fábula de Israel como una sociedad culta occidental o como “la única democracia en Oriente Medio” no sólo están equivocados en relación a los hechos. Proporcionan inmunidad a una de las mayores atrocidades de nuestro tiempo. Algunos de ellos nos piden que dejemos la cultura fuera de nuestras acciones políticas. Este enfoque de la cultura y la vida académica israelí como entidades diferentes del ejército, la ocupación y la destrucción es moralmente corrupta y lógicamente caduca. Un día, finalmente, la indignación desde abajo, incluyendo en el propio Israel, producirá una nueva política; la actual administración estadounidense ya está dando las primeras muestras de ello. La historia no vio con buenos ojos a los directores de cine que colaboraron con el senador estadounidense Joseph McCarthy en los años
cincuenta o apoyaron el apartheid. Adoptará una actitud similar con aquellos que ahora callan acerca de Palestina.

Un excelente caso al respecto se reveló el mes pasado en Edimburgo. El director de cine Ken Loach dirigió una campaña contra las relaciones oficiales y financieras que tenía el festival de cine de la ciudad con la embajada israelí. El sentido de esta postura era transmitir el mensaje de que esta embajada no sólo representa a los directores de cine de Israel, sino también a sus generales que habían masacrado al pueblo de Gaza, a sus torturadores que torturaran a los palestinos y las palestinas en las cárceles, a sus jueces que envían sin juicio a la cárcel a 10.000 palestinos (la mitad de los cuales son menores), a sus racistas alcaldes que quieren expulsar a los árabes de sus ciudades, a sus arquitectos que construyen  uros para encerrar a las personas e impedirles que acudan a sus campos, escuelas, cines y oficinas, y a sus políticos que crean una y otra vez estrategias para completar la limpieza étnica de Palestina que iniciaron en 1948. Ken Loach consideró que la única manera de boicotear el festival en su conjunto sería situar a sus directores en un sentido y perspectiva moral. Tenía razón, así que lo hizo porque el caso está nítidamente definido y la acción es tan simple y tan pura.

No es sorprendente que se oyeran voces en contra. Ésta es una batalla que está en curso y no se ganará fácilmente. Mientras escribo estas líneas conmemoramos 42 años de ocupación israelí, la más larga y una de las más crueles de los tiempos modernos. Pero el tiempo también ha generado la lucidez necesaria para tomar estas decisiones. Esta es la razón por la que la acción de Ken Loach  fue efectiva inmediatamente; la próxima vez ni siquiera será necesaria. Uno de sus críticos trató de señalar el hecho de que hay personas en Israel a las que les gustan las películas de Ken Loach, por lo tanto, lo que él hacía era un tanto ingrato. Puedo asegurar que aquellos de nosotros en Israel que vemos las película de Loach también somos quienes aplaudimos su valentía y, a diferencia de este crítico, no creemos que esto sea un acto similar a pedir la destrucción de Israel sino, más bien, la única manera de salvar a los judíos y a los árabes que viven ahí. Pero, en todo caso, es difícil tomar estas críticas en serio cuando van acompañadas de la descripción de Palestina como una entidad terrorista y de Israel como una democracia como Gran Bretaña. La mayoría de nosotros en el Reino Unido estamos lejos de esta necedad propagandísticas y estamos preparados para el cambio. Ahora estamos esperando a que el gobierno de estas islas haga lo mismo.


Ilan Pappe es [un historiador israelí exilado en Reino Unido y] director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter.
Este artículo se publicó originalmente en pulsemedia.org y se publica con permiso del autor.

Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

Enlace con el original: http://electronicintifada.net/v2/article10614.shtml

==fr==

If there is anything new in the never-ending sad story of Palestine it is the clear shift in public opinion in the UK. I remember coming to these isles in 1980 when supporting the Palestinian cause was confined to the left and in it to a very particular section and ideological stream. The post-Holocaust trauma and guilt complex, military and economic interests and the charade of Israel as the only democracy in the Middle East all played a role in providing immunity for the State of Israel. Very few were moved, so it seems, by a state that had dispossessed half of Palestine's native population, demolished half of their villages and towns, discriminated against the minority among them who lived within its borders through an apartheid system and divided into enclaves two million and a half of them in a harsh and oppressive military occupation.

Almost 30 years later it seems that all these filters and cataracts have been removed. The magnitude of the ethnic cleansing of 1948 is well known, the suffering of the people in the occupied territories recorded and described even by the US president as unbearable and inhuman. In a similar way, the destruction and depopulation of the greater Jerusalem area is noted daily and the racist nature of the policies towards the Palestinians in Israel are frequently rebuked and condemned.

The reality today in 2009 is described by the UN as "a human catastrophe." The conscious and conscientious sections of British society know very well who caused and who produced this catastrophe. This is not related any more to elusive circumstances, or to the "conflict" -- it is seen clearly as the outcome of Israeli policies throughout the years. When Archbishop Desmond Tutu was asked for his reaction to what he saw in the occupied territories, he noted sadly that it was worse than apartheid. He should know.

As in the case of South Africa, these decent people, either as individuals or as members of organizations, voice their outrage against the continued oppression, colonization, ethnic cleansing and starvation in Palestine. They are looking for ways of showing their protest and some even hope convince their government to change its old policy of indifference and inaction in the face of the continued destruction of Palestine and the Palestinians. Many among them are Jews, as these atrocities are done in their name according to the logic of the Zionist ideology, and quite a few among them are veterans of previous civil struggles in this country for similar causes all over the world. They are not confined any more to one political party and they come from all walks of life.

So far the British government is not moved. It was also passive when the anti-apartheid movement in this country demanded of it to impose sanctions on South Africa. It took several decades for that activism from below to reach the political top. It takes longer in the case of Palestine: guilt about the Holocaust, distorted historical narratives and contemporary misrepresentation of Israel as a democracy seeking peace and the Palestinians as eternal Islamic terrorists blocked the flow of the popular impulse. But it is beginning to find its way and presence, despite the continued accusation of any such demand as being anti-Semitic and the demonization of Islam and Arabs. The third sector, that important link between civilians and government agencies, has shown us the way. One trade union after the other, one professional group after the other, have all sent recently a clear message: enough is enough. It is done in the name of decency, human morality and basic civil commitment not to remain idle in the face of atrocities of the kind Israel has and still is committing against the Palestinian people.

In the last eight years the Israeli criminal policy escalated, and the Palestinian activists were seeking new means to confront it. They have tried it all, armed struggle, guerrilla warfare, terrorism and diplomacy: nothing worked. And yet they are not giving up and now they are proposing a nonviolent strategy -- that of boycott, sanctions and divestment. With these means they wish to persuade Western governments to save not only them, but ironically also the Jews in Israel from an imminent catastrophe and bloodshed. This strategy bred the call for cultural boycott of Israel. This demand is voiced by every part of the Palestinian existence: by the civil society under occupation and by Palestinians in Israel. It is supported by the Palestinian refugees and is led by members of the Palestinian exile communities. It came in the right moment and gave individuals and organizations in the UK a way to express their disgust at the Israeli policies and at the same time an avenue for participating in the overall pressure on the government to change its policy of providing immunity for the impunity on the ground.

It is bewildering that this shift of public opinion has had no impact so far on policy; but again we are reminded of the tortuous way the campaign against apartheid had to go before it became a policy. It is also worth remembering that two brave women in Dublin, toiling on the cashiers in a local supermarket, were the ones who began a huge movement of change by refusing to sell South African goods. Twenty-nine years later, Britain joined others in imposing sanctions on apartheid. So while governments hesitate for cynical reasons, out of fear of being accused of anti-Semitism or maybe due to Islamophobic inhibitions, citizens and activists do their utmost, symbolically and physically, to inform, protest and demand. They have a more organized campaign, that of the cultural boycott, or they can join their unions in the coordinated policy of pressure. They can also use their name or fame for indicating to us all, that decent people in this world cannot support what Israel does and what it stands for. They do not know whether their action will make an immediate change or they would be so lucky as to see change in their lifetime. But in their own personal book of who they are and what they did in life and in the harsh eye of historical assessment they would be counted in with all those who did not remain indifferent when inhumanity raged under the guise of democracy in their own countries or elsewhere.

On the other hand, citizens in this country, especially famous ones, who continue to broadcast, quite often out of ignorance or out of more sinister reasons, the fable of Israel as a cultured Western society or as the "only democracy in the Middle East" are not only wrong factually. They provide immunity for one of the greatest atrocities in our time. Some of them demand we should leave culture out of our political actions. This approach to Israeli culture and academia as separate entities from the army, the occupation and the destruction is morally corrupt and logically defunct. Eventually, one day the outrage from below, including in Israel itself, will produce a new policy -- the present US administration is already showing early signs of it. History did not look kindly at those filmmakers who collaborated with US Senator Joseph McCarthy in the 1950s or endorsed apartheid. It would adopt a similar attitude to those who are silent about Palestine now.

A good case in point unfolded last month in Edinburgh. Filmmaker Ken Loach led a campaign against the official and financial connections the city's film festival had with the Israeli embassy. Such a stance was meant to send a message that this embassy represents not only the filmmakers of Israel but also its generals who massacred the people of Gaza, its tormentors who torture Palestinians in jails, its judges who sent 10,000 Palestinians -- half of them children -- without trial to prison, its racist mayors who want to expel Arabs from their cities, its architects who built walls and fences to enclave people and prevent them from reaching their fields, schools, cinemas and offices and its politicians who strategize yet again how to complete the ethnic cleansing of Palestine they began in 1948. Ken Loach felt that only a call for boycotting the festival as whole would bring its directors into a moral sense and perspective. He was right; it did, because the case is so clear-cut and the action so simple and pure.

It is not surprising that a counter voice was heard. This is an ongoing struggle and would not be won easily. As I write these words, we commemorate the 42nd year of the Israeli occupation -- the longest, and one of the cruelest in modern times. But time has also produced the lucidity needed for such decisions. This is why Ken's action was immediately effective; next time even this would not be necessary. One of his critics tried to point to the fact that people in Israel like Ken's films, so this was a kind of ingratitude. I can assure this critic that those of us in Israel who watch Ken's movies are also those who salute him for his bravery and unlike this critic we do not think of this an act similar to a call for Israel's destruction, but rather the only way of saving Jews and Arabs living there. But it is difficult anyway to take such criticism seriously when it is accompanied by description of the Palestinians as a terrorist entity and Israel as a democracy like Britain. Most of us in the UK have moved far away from this propagandist silliness and are ready for change. We are now waiting for the government of these isles to follow suit.

Ilan Pappe is chair in the Department of History at the University of Exeter. This essay was originally published by pulsemedia.org and is republished with the author's permission.

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La necesidad del boicot cultural a Israel
Ilan Pappe, The Electronic Intifada,


Si hay algo nuevo en la interminable historia de Palestina es el claro cambio que se han producido en la opinión pública en el Reino Unido. Recuerdo que vine a estas islas en 1980, cuando el apoyo a la causa palestina estaba confinado al izquierda y, dentro de ella, a una sección y a una corriente ideológica muy particular. El trauma post-Holocausto y el complejo de culpabilidad, los intereses económicos y militares, y la farsa de Israel como la única democracia en Oriente Medio contribuyó todo ello a proporcionar inmunidad al Estado de Israel. Muy pocas personas cambiaron de idea, según parece, ante un Estado que había desposeído a la mitad de la población palestina originaria, demolido la mitad de sus ciudades y pueblos, discriminado a la minoría de esta población originaria  que vivía dentro de los límites de sus fronteras por medio de un sistema de apartheid y dividido en enclaves a dos millones y medio de ellos en una dura y opresiva ocupación militar.

Casi 30 años después parece que se han eliminado todos estos filtros y cataratas en los ojos.  La  magnitud de la limpieza étnica de 1948 es bien conocida, se deja constancia del sufrimiento de los palestinos en los territorios ocupados e incluso el presidente de Estados Unidos lo describe como insoportable e inhumano. De forma similar, se observa diariamente la destrucción y despoblación de la zona del gran Jerusalén y se reprende y condena frecuentemente la naturaleza racista de las políticas respecto a los palestinos en Israel.

Naciones Unidas describe la realidad de hoy, en 2009, como una “catástrofe humana”. Los sectores  conscientes y concienciados de la sociedad británica saben muy bien quién causa y quién produce esta catástrofe. Ya no se relaciona con circunstancias ambiguas o con el “conflicto”, sino que es claramente  considera el resultado de las políticas israelíes a los largo de los años. Cuando se le preguntó al Arzobispo Desmond Tutu qué reacción había tenido cuando visitó los territorios ocupados, señaló con tristeza que era peor que la de la del apartheid. Sabía de qué hablaba.

Como en el caso de Sudáfrica, estas personas decentes, ya sea individualmente o como miembros de organizaciones, expresan su indignación ante la opresión, colonización, limpieza étnica y hambruna continuas en Palestina. Buscan maneras de demostrar su protesta y algunos incluso esperan convencer a su gobierno de que cambie su vieja política de indiferencia e inacción ante la continua destrucción de Palestina y de los y las palestinas. Muchos de ellos son judíos, ya que muchas de estas atrocidades se han hecho en su nombre de acuerdo con la lógica de la ideología sionista, y unos pocos de ellos son veteranos de luchas civiles anteriores en su país por causas similares a lo largo y ancho de este mundo. Ya no están confinados a un partido político y provienen de todos los ámbitos de la vida.

Por el momento, el gobierno británico no ha cambiado. También fue pasivo cuando el movimiento anti-apartheid en este país le pidió que impusiera sanciones a Sudáfrica. Fueron necesarias varias décadas para que este activismo desde abajo llegara al más alto nivel político. En el caso de Palestina cuesta más tiempo: la culpa por el Holocausto, los relatos históricos y las distorsiones contemporáneas de Israel como una democracia que busca la paz y de los palestinos como los eternos terroristas islámicos bloquearon el flujo del impulso popular. Pero está empezando a encontrar su lugar y su presencia, a pesar de la acusación hecha a toda demanda de este tipo de ser anti-semítica y a pesar de la demonización del Islam y de los árabes. El tercer sector, este vínculo importante entre los civiles y las agencias gubernamentales, nos ha mostrado el camino: un sindicato tras otro, un grupo profesional tras otro han enviado todos ellos recientemente un mensaje claro: ya está bien. Se ha hecho en nombre de la decencia, de la moralidad humana y del compromiso civil básico de no permanecer de brazos cruzados ante las atrocidades del tipo de las que Israel ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo palestino.

En los últimos ocho años la política criminal israelí se intensificó y los activistas palestinos buscaban nuevas maneras de hacerle frente. Las probaron todas, la lucha armada, la guerra de guerrilla, el terrorismo y la diplomacia: no funcionó ninguna. Y, sin embargo, no se rinden y ahora proponen una estrategia no violenta, la del boicot, desinversión y sanciones. Con estos medios quieren persuadir a los gobiernos occidentales de salvar de una catástrofe y de un baño de sangre inminentes no sólo a ellos sino, irónicamente, también a los judíos en Israel. Esta estrategia generó el llamamiento al boicot cultural a Israel. Cualquier ámbito de la existencia palestina expresa esta petición: la sociedad civil bajo la ocupación y los palestinos bajo Israel. La apoyan los refugiados palestinos y la encabezan miembros de las comunidades de los palestinos en el exilio. Llega en el momento preciso y ofrece a individuos y organizaciones en el Reino Unido una manera de expresar su indignación ante las políticas israelíes y, al mismo tiempo, una vía de participación en la presión global al gobierno para que cambie su política de proporcionar inmunidad a la impunidad.

Es desconcertante que, por el momento, este cambio en la opinión pública no haya tenido impacto en la política, pero de nuevo tenemos que recordar los tortuosos caminos que tuvo que recorrer la campaña contra el apartheid [sudafricano] antes de convertirse en política. También merece la pena recordar que dos valientes mujeres de Dublín, que tenían el duro trabajo de cajeras de supermercado, fueron las únicas que se negaron a vender productos sudafricanos. Veintinueve años después, los británicos se unieron a los demás en la imposición de sanciones a Sudáfrica. Así, mientras los gobiernos dudan por razones cínicas, por temor a ser acusados de anti-semitismo o quizá debido a inhibiciones islamofóbicas, los ciudadanos y los activistas hace cuanto está en su mano, simbólica y físicamente, para informar, protestar y denunciar. Tienen una campaña más organizada, la del boicot cultural, o pueden unirse a sus sindicatos en la política coordinada de presión. También puede utilizar su nombre o su prestigio para indicarnos a todos nosotros que las personas decentes de este mundo no pueden apoyar lo que hace y significa Israel. No saben si su acción producirá un cambio inmediato ni si tendrán la suerte de ver el cambio en el lapso de sus vidas. Pero en su propio libro personal de quiénes son y de qué hicieron en sus vidas, y ante el severo ojo de la valoración histórica se les incluirá junto con todos aquellos que no permanecieron indiferentes cuando la inhumanidad bramaba disfrazada de democracia en sus propios países o en cualquier otro lugar.

Por otra parte, los ciudadanos de este país, especialmente los famosos, que continúan difundiendo, con bastante frecuencia por ignorancia o por razones bastante más siniestras, la fábula de Israel como una sociedad culta occidental o como “la única democracia en Oriente Medio” no sólo están equivocados en relación a los hechos. Proporcionan inmunidad a una de las mayores atrocidades de nuestro tiempo. Algunos de ellos nos piden que dejemos la cultura fuera de nuestras acciones políticas. Este enfoque de la cultura y la vida académica israelí como entidades diferentes del ejército, la ocupación y la destrucción es moralmente corrupta y lógicamente caduca. Un día, finalmente, la indignación desde abajo, incluyendo en el propio Israel, producirá una nueva política; la actual administración estadounidense ya está dando las primeras muestras de ello. La historia no vio con buenos ojos a los directores de cine que colaboraron con el senador estadounidense Joseph McCarthy en los años
cincuenta o apoyaron el apartheid. Adoptará una actitud similar con aquellos que ahora callan acerca de Palestina.

Un excelente caso al respecto se reveló el mes pasado en Edimburgo. El director de cine Ken Loach dirigió una campaña contra las relaciones oficiales y financieras que tenía el festival de cine de la ciudad con la embajada israelí. El sentido de esta postura era transmitir el mensaje de que esta embajada no sólo representa a los directores de cine de Israel, sino también a sus generales que habían masacrado al pueblo de Gaza, a sus torturadores que torturaran a los palestinos y las palestinas en las cárceles, a sus jueces que envían sin juicio a la cárcel a 10.000 palestinos (la mitad de los cuales son menores), a sus racistas alcaldes que quieren expulsar a los árabes de sus ciudades, a sus arquitectos que construyen  uros para encerrar a las personas e impedirles que acudan a sus campos, escuelas, cines y oficinas, y a sus políticos que crean una y otra vez estrategias para completar la limpieza étnica de Palestina que iniciaron en 1948. Ken Loach consideró que la única manera de boicotear el festival en su conjunto sería situar a sus directores en un sentido y perspectiva moral. Tenía razón, así que lo hizo porque el caso está nítidamente definido y la acción es tan simple y tan pura.

No es sorprendente que se oyeran voces en contra. Ésta es una batalla que está en curso y no se ganará fácilmente. Mientras escribo estas líneas conmemoramos 42 años de ocupación israelí, la más larga y una de las más crueles de los tiempos modernos. Pero el tiempo también ha generado la lucidez necesaria para tomar estas decisiones. Esta es la razón por la que la acción de Ken Loach  fue efectiva inmediatamente; la próxima vez ni siquiera será necesaria. Uno de sus críticos trató de señalar el hecho de que hay personas en Israel a las que les gustan las películas de Ken Loach, por lo tanto, lo que él hacía era un tanto ingrato. Puedo asegurar que aquellos de nosotros en Israel que vemos las película de Loach también somos quienes aplaudimos su valentía y, a diferencia de este crítico, no creemos que esto sea un acto similar a pedir la destrucción de Israel sino, más bien, la única manera de salvar a los judíos y a los árabes que viven ahí. Pero, en todo caso, es difícil tomar estas críticas en serio cuando van acompañadas de la descripción de Palestina como una entidad terrorista y de Israel como una democracia como Gran Bretaña. La mayoría de nosotros en el Reino Unido estamos lejos de esta necedad propagandísticas y estamos preparados para el cambio. Ahora estamos esperando a que el gobierno de estas islas haga lo mismo.


Ilan Pappe es [un historiador israelí exilado en Reino Unido y] director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter.
Este artículo se publicó originalmente en pulsemedia.org y se publica con permiso del autor.

Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

Enlace con el original: http://electronicintifada.net/v2/article10614.shtml

==eu==

La necesidad del boicot cultural a Israel
Ilan Pappe, The Electronic Intifada,


Si hay algo nuevo en la interminable historia de Palestina es el claro cambio que se han producido en la opinión pública en el Reino Unido. Recuerdo que vine a estas islas en 1980, cuando el apoyo a la causa palestina estaba confinado al izquierda y, dentro de ella, a una sección y a una corriente ideológica muy particular. El trauma post-Holocausto y el complejo de culpabilidad, los intereses económicos y militares, y la farsa de Israel como la única democracia en Oriente Medio contribuyó todo ello a proporcionar inmunidad al Estado de Israel. Muy pocas personas cambiaron de idea, según parece, ante un Estado que había desposeído a la mitad de la población palestina originaria, demolido la mitad de sus ciudades y pueblos, discriminado a la minoría de esta población originaria  que vivía dentro de los límites de sus fronteras por medio de un sistema de apartheid y dividido en enclaves a dos millones y medio de ellos en una dura y opresiva ocupación militar.

Casi 30 años después parece que se han eliminado todos estos filtros y cataratas en los ojos.  La  magnitud de la limpieza étnica de 1948 es bien conocida, se deja constancia del sufrimiento de los palestinos en los territorios ocupados e incluso el presidente de Estados Unidos lo describe como insoportable e inhumano. De forma similar, se observa diariamente la destrucción y despoblación de la zona del gran Jerusalén y se reprende y condena frecuentemente la naturaleza racista de las políticas respecto a los palestinos en Israel.

Naciones Unidas describe la realidad de hoy, en 2009, como una “catástrofe humana”. Los sectores  conscientes y concienciados de la sociedad británica saben muy bien quién causa y quién produce esta catástrofe. Ya no se relaciona con circunstancias ambiguas o con el “conflicto”, sino que es claramente  considera el resultado de las políticas israelíes a los largo de los años. Cuando se le preguntó al Arzobispo Desmond Tutu qué reacción había tenido cuando visitó los territorios ocupados, señaló con tristeza que era peor que la de la del apartheid. Sabía de qué hablaba.

Como en el caso de Sudáfrica, estas personas decentes, ya sea individualmente o como miembros de organizaciones, expresan su indignación ante la opresión, colonización, limpieza étnica y hambruna continuas en Palestina. Buscan maneras de demostrar su protesta y algunos incluso esperan convencer a su gobierno de que cambie su vieja política de indiferencia e inacción ante la continua destrucción de Palestina y de los y las palestinas. Muchos de ellos son judíos, ya que muchas de estas atrocidades se han hecho en su nombre de acuerdo con la lógica de la ideología sionista, y unos pocos de ellos son veteranos de luchas civiles anteriores en su país por causas similares a lo largo y ancho de este mundo. Ya no están confinados a un partido político y provienen de todos los ámbitos de la vida.

Por el momento, el gobierno británico no ha cambiado. También fue pasivo cuando el movimiento anti-apartheid en este país le pidió que impusiera sanciones a Sudáfrica. Fueron necesarias varias décadas para que este activismo desde abajo llegara al más alto nivel político. En el caso de Palestina cuesta más tiempo: la culpa por el Holocausto, los relatos históricos y las distorsiones contemporáneas de Israel como una democracia que busca la paz y de los palestinos como los eternos terroristas islámicos bloquearon el flujo del impulso popular. Pero está empezando a encontrar su lugar y su presencia, a pesar de la acusación hecha a toda demanda de este tipo de ser anti-semítica y a pesar de la demonización del Islam y de los árabes. El tercer sector, este vínculo importante entre los civiles y las agencias gubernamentales, nos ha mostrado el camino: un sindicato tras otro, un grupo profesional tras otro han enviado todos ellos recientemente un mensaje claro: ya está bien. Se ha hecho en nombre de la decencia, de la moralidad humana y del compromiso civil básico de no permanecer de brazos cruzados ante las atrocidades del tipo de las que Israel ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo palestino.

En los últimos ocho años la política criminal israelí se intensificó y los activistas palestinos buscaban nuevas maneras de hacerle frente. Las probaron todas, la lucha armada, la guerra de guerrilla, el terrorismo y la diplomacia: no funcionó ninguna. Y, sin embargo, no se rinden y ahora proponen una estrategia no violenta, la del boicot, desinversión y sanciones. Con estos medios quieren persuadir a los gobiernos occidentales de salvar de una catástrofe y de un baño de sangre inminentes no sólo a ellos sino, irónicamente, también a los judíos en Israel. Esta estrategia generó el llamamiento al boicot cultural a Israel. Cualquier ámbito de la existencia palestina expresa esta petición: la sociedad civil bajo la ocupación y los palestinos bajo Israel. La apoyan los refugiados palestinos y la encabezan miembros de las comunidades de los palestinos en el exilio. Llega en el momento preciso y ofrece a individuos y organizaciones en el Reino Unido una manera de expresar su indignación ante las políticas israelíes y, al mismo tiempo, una vía de participación en la presión global al gobierno para que cambie su política de proporcionar inmunidad a la impunidad.

Es desconcertante que, por el momento, este cambio en la opinión pública no haya tenido impacto en la política, pero de nuevo tenemos que recordar los tortuosos caminos que tuvo que recorrer la campaña contra el apartheid [sudafricano] antes de convertirse en política. También merece la pena recordar que dos valientes mujeres de Dublín, que tenían el duro trabajo de cajeras de supermercado, fueron las únicas que se negaron a vender productos sudafricanos. Veintinueve años después, los británicos se unieron a los demás en la imposición de sanciones a Sudáfrica. Así, mientras los gobiernos dudan por razones cínicas, por temor a ser acusados de anti-semitismo o quizá debido a inhibiciones islamofóbicas, los ciudadanos y los activistas hace cuanto está en su mano, simbólica y físicamente, para informar, protestar y denunciar. Tienen una campaña más organizada, la del boicot cultural, o pueden unirse a sus sindicatos en la política coordinada de presión. También puede utilizar su nombre o su prestigio para indicarnos a todos nosotros que las personas decentes de este mundo no pueden apoyar lo que hace y significa Israel. No saben si su acción producirá un cambio inmediato ni si tendrán la suerte de ver el cambio en el lapso de sus vidas. Pero en su propio libro personal de quiénes son y de qué hicieron en sus vidas, y ante el severo ojo de la valoración histórica se les incluirá junto con todos aquellos que no permanecieron indiferentes cuando la inhumanidad bramaba disfrazada de democracia en sus propios países o en cualquier otro lugar.

Por otra parte, los ciudadanos de este país, especialmente los famosos, que continúan difundiendo, con bastante frecuencia por ignorancia o por razones bastante más siniestras, la fábula de Israel como una sociedad culta occidental o como “la única democracia en Oriente Medio” no sólo están equivocados en relación a los hechos. Proporcionan inmunidad a una de las mayores atrocidades de nuestro tiempo. Algunos de ellos nos piden que dejemos la cultura fuera de nuestras acciones políticas. Este enfoque de la cultura y la vida académica israelí como entidades diferentes del ejército, la ocupación y la destrucción es moralmente corrupta y lógicamente caduca. Un día, finalmente, la indignación desde abajo, incluyendo en el propio Israel, producirá una nueva política; la actual administración estadounidense ya está dando las primeras muestras de ello. La historia no vio con buenos ojos a los directores de cine que colaboraron con el senador estadounidense Joseph McCarthy en los años
cincuenta o apoyaron el apartheid. Adoptará una actitud similar con aquellos que ahora callan acerca de Palestina.

Un excelente caso al respecto se reveló el mes pasado en Edimburgo. El director de cine Ken Loach dirigió una campaña contra las relaciones oficiales y financieras que tenía el festival de cine de la ciudad con la embajada israelí. El sentido de esta postura era transmitir el mensaje de que esta embajada no sólo representa a los directores de cine de Israel, sino también a sus generales que habían masacrado al pueblo de Gaza, a sus torturadores que torturaran a los palestinos y las palestinas en las cárceles, a sus jueces que envían sin juicio a la cárcel a 10.000 palestinos (la mitad de los cuales son menores), a sus racistas alcaldes que quieren expulsar a los árabes de sus ciudades, a sus arquitectos que construyen  uros para encerrar a las personas e impedirles que acudan a sus campos, escuelas, cines y oficinas, y a sus políticos que crean una y otra vez estrategias para completar la limpieza étnica de Palestina que iniciaron en 1948. Ken Loach consideró que la única manera de boicotear el festival en su conjunto sería situar a sus directores en un sentido y perspectiva moral. Tenía razón, así que lo hizo porque el caso está nítidamente definido y la acción es tan simple y tan pura.

No es sorprendente que se oyeran voces en contra. Ésta es una batalla que está en curso y no se ganará fácilmente. Mientras escribo estas líneas conmemoramos 42 años de ocupación israelí, la más larga y una de las más crueles de los tiempos modernos. Pero el tiempo también ha generado la lucidez necesaria para tomar estas decisiones. Esta es la razón por la que la acción de Ken Loach  fue efectiva inmediatamente; la próxima vez ni siquiera será necesaria. Uno de sus críticos trató de señalar el hecho de que hay personas en Israel a las que les gustan las películas de Ken Loach, por lo tanto, lo que él hacía era un tanto ingrato. Puedo asegurar que aquellos de nosotros en Israel que vemos las película de Loach también somos quienes aplaudimos su valentía y, a diferencia de este crítico, no creemos que esto sea un acto similar a pedir la destrucción de Israel sino, más bien, la única manera de salvar a los judíos y a los árabes que viven ahí. Pero, en todo caso, es difícil tomar estas críticas en serio cuando van acompañadas de la descripción de Palestina como una entidad terrorista y de Israel como una democracia como Gran Bretaña. La mayoría de nosotros en el Reino Unido estamos lejos de esta necedad propagandísticas y estamos preparados para el cambio. Ahora estamos esperando a que el gobierno de estas islas haga lo mismo.


Ilan Pappe es [un historiador israelí exilado en Reino Unido y] director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter.
Este artículo se publicó originalmente en pulsemedia.org y se publica con permiso del autor.

Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos

Enlace con el original: http://electronicintifada.net/v2/article10614.shtml

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If there is anything new in the never-ending sad story of Palestine it is the clear shift in public opinion in the UK. I remember coming to these isles in 1980 when supporting the Palestinian cause was confined to the left and in it to a very particular section and ideological stream. The post-Holocaust trauma and guilt complex, military and economic interests and the charade of Israel as the only democracy in the Middle East all played a role in providing immunity for the State of Israel. Very few were moved, so it seems, by a state that had dispossessed half of Palestine's native population, demolished half of their villages and towns, discriminated against the minority among them who lived within its borders through an apartheid system and divided into enclaves two million and a half of them in a harsh and oppressive military occupation.

Almost 30 years later it seems that all these filters and cataracts have been removed. The magnitude of the ethnic cleansing of 1948 is well known, the suffering of the people in the occupied territories recorded and described even by the US president as unbearable and inhuman. In a similar way, the destruction and depopulation of the greater Jerusalem area is noted daily and the racist nature of the policies towards the Palestinians in Israel are frequently rebuked and condemned.

The reality today in 2009 is described by the UN as "a human catastrophe." The conscious and conscientious sections of British society know very well who caused and who produced this catastrophe. This is not related any more to elusive circumstances, or to the "conflict" -- it is seen clearly as the outcome of Israeli policies throughout the years. When Archbishop Desmond Tutu was asked for his reaction to what he saw in the occupied territories, he noted sadly that it was worse than apartheid. He should know.

As in the case of South Africa, these decent people, either as individuals or as members of organizations, voice their outrage against the continued oppression, colonization, ethnic cleansing and starvation in Palestine. They are looking for ways of showing their protest and some even hope convince their government to change its old policy of indifference and inaction in the face of the continued destruction of Palestine and the Palestinians. Many among them are Jews, as these atrocities are done in their name according to the logic of the Zionist ideology, and quite a few among them are veterans of previous civil struggles in this country for similar causes all over the world. They are not confined any more to one political party and they come from all walks of life.

So far the British government is not moved. It was also passive when the anti-apartheid movement in this country demanded of it to impose sanctions on South Africa. It took several decades for that activism from below to reach the political top. It takes longer in the case of Palestine: guilt about the Holocaust, distorted historical narratives and contemporary misrepresentation of Israel as a democracy seeking peace and the Palestinians as eternal Islamic terrorists blocked the flow of the popular impulse. But it is beginning to find its way and presence, despite the continued accusation of any such demand as being anti-Semitic and the demonization of Islam and Arabs. The third sector, that important link between civilians and government agencies, has shown us the way. One trade union after the other, one professional group after the other, have all sent recently a clear message: enough is enough. It is done in the name of decency, human morality and basic civil commitment not to remain idle in the face of atrocities of the kind Israel has and still is committing against the Palestinian people.

In the last eight years the Israeli criminal policy escalated, and the Palestinian activists were seeking new means to confront it. They have tried it all, armed struggle, guerrilla warfare, terrorism and diplomacy: nothing worked. And yet they are not giving up and now they are proposing a nonviolent strategy -- that of boycott, sanctions and divestment. With these means they wish to persuade Western governments to save not only them, but ironically also the Jews in Israel from an imminent catastrophe and bloodshed. This strategy bred the call for cultural boycott of Israel. This demand is voiced by every part of the Palestinian existence: by the civil society under occupation and by Palestinians in Israel. It is supported by the Palestinian refugees and is led by members of the Palestinian exile communities. It came in the right moment and gave individuals and organizations in the UK a way to express their disgust at the Israeli policies and at the same time an avenue for participating in the overall pressure on the government to change its policy of providing immunity for the impunity on the ground.

It is bewildering that this shift of public opinion has had no impact so far on policy; but again we are reminded of the tortuous way the campaign against apartheid had to go before it became a policy. It is also worth remembering that two brave women in Dublin, toiling on the cashiers in a local supermarket, were the ones who began a huge movement of change by refusing to sell South African goods. Twenty-nine years later, Britain joined others in imposing sanctions on apartheid. So while governments hesitate for cynical reasons, out of fear of being accused of anti-Semitism or maybe due to Islamophobic inhibitions, citizens and activists do their utmost, symbolically and physically, to inform, protest and demand. They have a more organized campaign, that of the cultural boycott, or they can join their unions in the coordinated policy of pressure. They can also use their name or fame for indicating to us all, that decent people in this world cannot support what Israel does and what it stands for. They do not know whether their action will make an immediate change or they would be so lucky as to see change in their lifetime. But in their own personal book of who they are and what they did in life and in the harsh eye of historical assessment they would be counted in with all those who did not remain indifferent when inhumanity raged under the guise of democracy in their own countries or elsewhere.

On the other hand, citizens in this country, especially famous ones, who continue to broadcast, quite often out of ignorance or out of more sinister reasons, the fable of Israel as a cultured Western society or as the "only democracy in the Middle East" are not only wrong factually. They provide immunity for one of the greatest atrocities in our time. Some of them demand we should leave culture out of our political actions. This approach to Israeli culture and academia as separate entities from the army, the occupation and the destruction is morally corrupt and logically defunct. Eventually, one day the outrage from below, including in Israel itself, will produce a new policy -- the present US administration is already showing early signs of it. History did not look kindly at those filmmakers who collaborated with US Senator Joseph McCarthy in the 1950s or endorsed apartheid. It would adopt a similar attitude to those who are silent about Palestine now.

A good case in point unfolded last month in Edinburgh. Filmmaker Ken Loach led a campaign against the official and financial connections the city's film festival had with the Israeli embassy. Such a stance was meant to send a message that this embassy represents not only the filmmakers of Israel but also its generals who massacred the people of Gaza, its tormentors who torture Palestinians in jails, its judges who sent 10,000 Palestinians -- half of them children -- without trial to prison, its racist mayors who want to expel Arabs from their cities, its architects who built walls and fences to enclave people and prevent them from reaching their fields, schools, cinemas and offices and its politicians who strategize yet again how to complete the ethnic cleansing of Palestine they began in 1948. Ken Loach felt that only a call for boycotting the festival as whole would bring its directors into a moral sense and perspective. He was right; it did, because the case is so clear-cut and the action so simple and pure.

It is not surprising that a counter voice was heard. This is an ongoing struggle and would not be won easily. As I write these words, we commemorate the 42nd year of the Israeli occupation -- the longest, and one of the cruelest in modern times. But time has also produced the lucidity needed for such decisions. This is why Ken's action was immediately effective; next time even this would not be necessary. One of his critics tried to point to the fact that people in Israel like Ken's films, so this was a kind of ingratitude. I can assure this critic that those of us in Israel who watch Ken's movies are also those who salute him for his bravery and unlike this critic we do not think of this an act similar to a call for Israel's destruction, but rather the only way of saving Jews and Arabs living there. But it is difficult anyway to take such criticism seriously when it is accompanied by description of the Palestinians as a terrorist entity and Israel as a democracy like Britain. Most of us in the UK have moved far away from this propagandist silliness and are ready for change. We are now waiting for the government of these isles to follow suit.

Ilan Pappe is chair in the Department of History at the University of Exeter. This essay was originally published by pulsemedia.org and is republished with the author's permission.