No es nada nuevo escribir sobre el Sahara Occidental. De ninguna manera. Todos conocemos, en mayor o menor grado, la existencia de una situación de ocupación de dicho territorio por el régimen marroquí.
En ese contexto de colonización, las escalofriantes condenas impuesta a los saharauis acusados de participar en los incidentes tras el asalto al campamento de Gdeim Izik tampoco son nada nuevo. Ponen de manifiesto, una vez más, la verdadera cara del régimen alauita. Su verdadero rostro, el de la sangre, la usurpación, la tortura.
Gdeim Izik fue la respuesta popular a la burla histórica en la que se ha sumido al Pueblo saharaui, un pueblo al que la ONU reconoció un derecho de autodeterminación que nunca termina de llegar por el continuo juego sucio del Estado marroquí y la permisividad internacional.